Ella se corrió cuando esas pollas se corrieron llenándola de semen. Los dos que la habían enculado no las sacaron y esperaron a mearse en el ano de ella. Los líquidos calientes del pipi expelido la pusieron más caliente aún. Por eso dejó a otros dos que se la metieran a la vez por la figa. Sufrió con esa tremenda penetración que parecía romperla en dos, pero volvió a correrse con ella.
Luisa estaba muy bien para sus dieciocho años. De buen físico y guapa de cara, era una chica que resultaba atractiva para los hombres jóvenes y mayores con los que alternaba. Era tiempo de verano y en la urbanización de la playa donde veraneaba se montó una salida nocturna a una discoteca de moda, el Panal. En dos coches se fueron tres chicas, entre ellas Luisa, y cinco chicos. A las once de la noche llegaron al Panal. Bajaron de los coches y se metieron en la discoteca. Luisa destacaba, con su vestido por encima de las rodillas y su melena negra suelta. Los chicos hablaron entre ellos para ver quien se lanzaba a por ella esa noche. Al final quedaron que fuera Juan Luis, uno que era alto y musculoso, el elegido.
En la discoteca todos pidieron unos cubatas. Luisa, muy animada, se fue a bailar enseguida. Por eso no se dio cuenta como uno de los chicos le echaba algo en su cubata. Era un preparado que se disolvía con algo de yumbina, un estimulante sexual de efectos seguros. Juan Luis cogió el vaso y se lo llevó a Luisa a la pista de baile. “Toma que tendrás sed”, le dijo en un paréntesis del baile. Ella le dio las gracias y se tomó medio vaso de golpe. Luego siguió bailando suelto como lo hacía hasta entonces. Sus tetas bamboleaban con el baile y los hombres la miraban con cara de salidos.
Ella no se daba cuenta, seguía en lo suyo. Pero llegó el momento del baile lento. Juan Luis la agarró y empezó a bailar con ella pegado como una lapa. Luisa le echó los brazos por detrás del cuello, y notó como se endurecía la polla de Juan Luis con el roce. “Bandido, estás salido”, le dijo, apartándose un poco. Juan Luis reaccionó volviéndola a abrazar fuerte e intentando besarla en la boca. Ella no quería, pero empezó a sentir oleadas de calor, ardor sexual, y al final dejó sus labios abiertos a disposición de Juan Luis.
Morrearon como posesos, se metieron las lenguas, ella sintió lo dura que estaba la polla de su pareja, y lo húmeda que se estaba poniendo su figa. Notaba el flujo a oleadas en ella y sin saber por qué deseó que Juan Luis la hiciera suya y disfrutar de su polla.
Juan Luis, al ver que ella estaba a punto, la invitó a salir fuera a dar una vuelta. Salieron amarrados por la cintura, mientras los otros chicos los miraban. Una vez en el exterior la llevó hasta su coche, un 124 blanco. Se metieron juntos detrás, la echó en el asiento trasero, le levantó el vestido y comenzó a meterle mano a la entrepierna.
Luisa gemía, le pedía que no se aprovechara, pero no protestó cuando él metió una mano dentro de sus bragas introduciendo dedos en su chorrosa figa. “Estás chorreando, puta”, le dijo al sacar los dedos y chuparlos llenos de flujo. “Eres un cerdo”, le contestó ella. Juan Luis entonces le sacó las bragas y la dejó abierta de piernas con la figa al aire.
Sin darle tiempo a decir nada, se bajó los pantalones, se sacó la polla y se la metió hasta el fondo. Ella se quejó, se la estaban follando y desde que lo había hecho con unos amigos en una excursión hacía varios meses, la única vez, no había vuelto a tener una polla dentro de ella. Juan Luis era muy brusco. La follaba a golpes, mientras le sacaba las tetas fuera del vestido y las chupaba, mordiendo con saña sus gordos pezones. “Estás buena, estás rica de verdad. Eres una hembra de puta madre”, le dijo. De pronto notó que iba a correrse y la sacó.
La puso en la boca de Luisa y le echó el semen allí, en sus labios, su nariz y también en sus pezones. Cuando acabó, le lamió la figa hasta que ella se corrió, para dejarla a gusto. Entonces, con ella medio desnuda, tirada en los asientos, Juan Luis salió fuera, se subió los pantalones, cerró las puertas del coche, y se fue a la discoteca. Allí le esperaban los otros cuatro chicos y un tío mayor que era pariente de uno de ellos. “La tenéis en el coche preparada para follar. Me la he tirado, pero pienso que quiere más.
No le vendrán mal unas cuantas pollas”, les comentó. Los cinco se fueron enseguida fuera. Las otras dos chicas estaban bailando y ni se dieron cuenta. Llegaron al coche, lo abrieron y Luisa se asustó al ver tanto tío cerca. “¿Qué me vais a hacer?”, les preguntó, pero sin taparse, con sus piernas abiertas, su figa a la vista y sus tetas llenas de semen.
No le dieron tiempo a pensar. La cogieron, entraron todos en el coche, la pusieron encima de ellos, empezaron a meterle mano por todos lados, y uno se puso al volante.
Se la llevaron al apartamento del tío mayor, que estaba cerca, en el Saler. La dejaron arreglarse algo para bajar del coche. Y la llevaron cogida entre dos al apartamento. Nada más entrar en el mismo, dos de los chicos le quitaron el vestido y el sujetador. Quedó desnuda ante ellos.
Los chicos y el tío mayor se bajaron los pantalones, se quitaron los calzoncillos y pusieron sus cinco pollas al alcance de Luisa.
Ella, que se notaba salida como una zorra en celo, no les puso pegas cuando la echaron en una cama de matrimonio de una habitación y se lanzaron todos a sobarla. Luisa notó dedos en su ano, en su figa, en sus tetas. Sintió como le pellizcaban los pezones, le azotaban las nalgas. Luego masturbó con sus pechos las pollas de los cinco. Después le metieron dos pollas juntas en el ano.
Ella se corrió cuando esas pollas se corrieron llenándola de semen. Los dos que la habían enculado no las sacaron y esperaron a mearse en el ano de ella. Los líquidos calientes del pipi expelido la pusieron más caliente aún. Por eso dejó a otros dos que se la metieran a la vez por la figa. Sufrió con esa tremenda penetración que parecía romperla en dos, pero volvió a correrse con ella.
Las dos pollas se corrieron, después de salir de su figa, en su boca. Y a continuación se mearon en su garganta. Luisa recibió el semen y el pipi como si fuera un néctar exquisito. Al final, el último que quedaba se la metió por el culo, le estiró el pelo, se corrió en su ano y la sacó después para mearla en las tetas. Ella estaba hecha polvo, y también se estaba meando. Lo hizo en la cama, soltando un gran chorro de pipi que mojó a los tíos.
Haciéndose los ofendidos, dos de ellos le soltaron dos bofetadas. Luego se quedó desnuda, despatarrada, pringada de semen y orina, con los cinco tíos en la cama, sin saber si habían terminado. Y no lo habían hecho.
Recuperados del primer asalto, la sometieron a dos más. Al final, sus agujeros le escocían y sangraban, sus pezones le dolían mucho, y sus nalgas estaban rojas de tanto azote.
Se duchó, se puso el vestido sin ropa interior. Sus bragas, que olían a hembra, se las habían quedado los tíos. Salieron del apartamento, todos. Eran las 4 de la mañana. La llevaron a casa. Y prometieron que nadie contaría nada de lo sucedido.
Autor: HIGINIO H
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