Relatos eróticos Marqueze. El Sexo que te gusta leer.

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Con mis manos busqué su enorme falo, y lo metí en mi conchita. Al principio solo permitió que la cabeza entrara, y yo apretaba las piernas y le gritaba que lo metiera todo, pero él se hacía de rogar. Pero cuando menos me lo esperaba, lo metió todo de un solo golpe, mi gemido pareció más un grito que otra cosa. Siguió metiéndolas de golpe hasta el fondo y sacándola lentamente.
Hola soy Sofía, una mujer de 23 años, casada desde los veinte. No hemos tenido hijos pues esperamos a terminar nuestras carreras. Lo que estoy apunto de contarles es algo que pasó durante el primer año de nuestro matrimonio al establecernos en un edificio de departamentos cerca de el centro de Guadalajara, Jalisco.

Como un matrimonio que apenas comenzaba, no podíamos pagar algo más caro así que nuestro primer hogar fue ese pequeño departamento. Mi marido trabajaba de vendedor en una empresa automotriz, y salía desde las 9 de la mañana para regresar pasadas las 7 de la tarde. Y yo por mi parte, iba a la escuela por la mañana y regresaba cerca de las 2 de la tarde y me dedicaba a los asuntos hogareños. En nuestro piso había cuatro departamentos donde vivían dos familias con hijos y una pareja, Angélica y Javier, que aunque no tenían hijos aún, la chica tendría algunos meses de embarazo.

Yo seguido me topaba con Javier en las escaleras cuando llegaba de la escuela y él llegaba de su trabajo para pasar la hora de comida con su mujer. Subíamos los cuatro pisos platicando de cualquier eventualidad y al llegar al piso nos despedíamos con un “hasta luego” y no había más que eso.

Javier era un chico de unos veintiocho años delgado y alto, de piel blanca y unos ojos verdes que más que intensos eran alegres. Su voz era muy tosca aunque su sentido del humor era muy agradable. Mi esposo seguido salía al pasillo y se sentaban juntos a fumarse un cigarrillo. Muy seguido se les escuchaba riéndose, platicando de no se que cosas.

Las vacaciones llegaron, y la escuela me dio un grandioso mes para descansar de ella, así que yo pasaba casi todo el día en la casa, a veces platicando con mi marido por el Messenger, o viendo algún programa de televisión. Una de esas tardes, cuando salí a comprar lo que necesitaba para la comida del día, me topé de nuevo con Javier quien se veía cansado. Al preguntarle me dijo que su esposa se había puesto delicada por el parto, y que la había llevado con su mamá para que la cuidara los dos últimos meses de su embarazo.

Mientras platicábamos noté que muy seguido me volteaba a ver las piernas, como queriendo descubrir si traía ropa interior debajo de mi falda. Al principio me incomodó, pero no le di mucha importancia. Siempre me ha gustado presumir mi cuerpo, enseñarlo. Siento muy bien cuando se me quedan viendo al caminar por las calles. Eso vuelve loco a mi marido. Si bien no tengo unos senos muy grandes, tengo muy buen trasero y mis piernas siempre me las han envidiado mis amigas. Soy blanca y de ojos miel. Mi pelo es ondulado y me gusta mucho el color rojo para teñírmelo.

Bueno, me desvié un poco de la historia. El caso es que Javier me dijo que estaría viviendo solo durante los dos últimos meses de embarazo de su mujer y la cuarentena después del nacimiento. Yo solo le dije que deseaba que su esposa se recuperara y me dirigí a mi departamento. Al llegar sentí un calor extraño. Me puse a pensar en la manera en que Javier me veía, como si me deseara, como rogándome que le dejara ver más que mis piernas. Por supuesto, aunque me excitó un poco traté de que no pasara a más pues llevaba apenas cuatro meses de casada, pensé en mi esposo y ese día hasta ahí quedó el asunto.

Los encuentros entre Javier y yo se hacían cada vez más frecuentes desde ese día, hasta llegué a pensar que él me esperaba para poder platicar conmigo. Estuve tentada a comentarle a mi esposo cuando llegó, pero ellos ya se habían vuelto como amigos, así que no quise importunar su amistad. Y para ser un poco más sincera, me gustaba encontrarme a Javier, me gustaba la manera en que me miraba, como desnudándome con la mirada, y claro, si eso pasaba es por que de alguna manera yo lo había dado pie a que lo siguiera haciendo.


Muchas veces entraba a mi departamento con la entrepierna completamente húmeda por la excitación que me causaba las pláticas y las miradas de Javier. Aunque hasta ese día no había existido ninguna insinuación de su parte más que las miradas.

Uno de esos días, mientras hacía mis deberes, vi cuando Javier llegó en su carro. En ese momento sentí ganas de topármelo, pero quería darle un toque excitante al asunto, así que me puse rápidamente una falda sin ropa interior por debajo. Una blusa que me permitiera mostrar mi escote (por muy pequeño que este fuera), tomé mi bolso y me salí con el pretexto de comprar las cosas para la comida. Javier y yo nos topamos en el segundo piso cuando él subía y yo bajaba. Cuando nos saludamos pensé que no había notado nada, pero al despedirnos me dijo con una sonrisa que se me veía muy bien la conchita rasurada.

Tal vez cuando volteó para arriba hubo algún momento donde sin quererlo lo dejé ver por debajo de mi falda y había notado que no había vello púbico en mi entrepierna. En ese momento me puse muy roja, me avergoncé y no dije nada, solo seguí bajando y fui a comprar lo que necesitaba. Al volver, él estaba sentado en las escaleras esperándome. Si me sorprendió un poco, pero traté de ignorarlo, solo lo saludé y fui hacia mi departamento.

Cuando abrí la puerta de el departamento, él me preguntó si lo de no ponerme ropa interior lo había hecho por él, le respondí que no, aunque el sabía que mentía. “¿No me invitas a pasar Sofía?” me dijo después. Le comenté que mi marido podría llegar en cualquier momento, pero él ya sabía que mi marido llega hasta pasadas las 7 de la tarde. Dejé las cosas sobre la mesa de centro de la sala, y cuando me agaché para hacerlo sentí como sus manos me sostenían de la cintura por detrás. Mi corazón comenzó a palpitar aceleradamente. Me alejé rápidamente y me soltó por un momento, pero en seguida se me volvió a acercar tomándome de nuevo por la cintura ahora de frente.

¿Qué estás haciendo? dije con un tono molesto, pero al terminar quise quitarme, pero él era más fuerte que yo. Comencé a sentir sus labios en mi cuello, y sus dedos metiéndose entre mis labios vaginales. Enseguida lo empujé alejándolo de mí. Mi respiración estaba a cien, y sentía mi vagina palpitar al igual que mi corazón. Los jugos vaginales se escurrieron por mis piernas y él solo se quedó parado a dos metros de mí. Me dijo que lo sentía, que había pensado que yo también lo quería, se dio la vuelta y se fue a su departamento.

Mi respiración no cedía, y mi vagina seguía tan caliente como cuando él la había manipulado con sus dedos mágicos. Comencé a masturbarme pensando en lo que él hubiera podido hacer si yo lo hubiera dejado, y alcancé un orgasmo enorme que me hizo temblar. Tenía la mano completamente empapada de mis jugos lubricantes, pero mi vagina seguía palpitando. Yo seguía calientísima y no quería conformarme con un dedo para calmar mi calentura. Tomé una toalla y me sequé la entrepierna y mis piernas, pero de mi vulva seguía saliendo líquido.

Tomé las llaves del departamento y salí de el. Crucé el pasillo y estaba apunto de tocar la puerta del departamento de Javier cuando me di cuenta que su puerta estaba entre abierta. La abrí lentamente y entré. Las cortinas estaban cerradas, el departamento estaba completamente oscuro aunque solo eran las 3 de la tarde. Entré sigilosamente, estaba muy nerviosa, me excitaba lo que estaba haciendo. La poca luz que pasaba a través de las cortinas me permitía ver por donde caminaba.

La puerta de la habitación principal estaba abierta, en la cama distinguí la silueta de Javier acostado boca arriba. Solo tenía puesto un bóxer claro. Entré a la habitación, Javier había decidido tomar una siesta después de mi rechazo. Dejé mis llaves en el tocador sin hacer ruido y me acerqué a él lentamente. La respiración de Javier era todo lo que se escuchaba en la habitación. Me senté a un lado de él, con mi mano toqué mi vagina, estaba muy mojada y la acaricié un minuto dudando si debería estar haciendo lo que hacía, si debería estar ahí.

Con cuidado saqué su flácido pene por la abertura del bóxer, un pene hermoso, jamás había visto en persona un pene sin circuncisión. Me hinqué en la cama y me incliné. Puse su pene en mi boca y comencé a chuparlo tiernamente. Pronto comenzó a adquirir tamaño, era impresionante, unos 20 centímetros si no es que más. Seguí masturbándolo con una mano, y con la otra acariciaba mis labios vaginales. Mi mano estaba de nuevo llena de lubricante de mi vulva.

Javier despertó sin decir una palabra, solo sentí sus manos acariciando mi cabello mientras metía su enorme y delicioso falo en mi boca. Dejé escapar unos gemidos de mi boca, y sentí la respiración de Javier, sentí como se aceleraba. Lo despojé de su bóxer y él se levantó acariciándome los hombros mientras me daba un profundo beso que me causó un estremecimiento en todo mi cuerpo.

Me despojó de toda mi ropa, y siguió besando mi cuello y mis hombros, pasándose a mis senos.

Enseguida me recostó lentamente y fue besando desde mi cuello hasta abajo, llegando a mi pubis. Con sus manos abrió mis labios vaginales, y con su lengua buscó mi clítoris y comenzó acariciarlo con la punta de su lengua.

Yo estaba vuelta loca, mis gemidos eran tan fuertes que temí que alguien nos escuchara. Con ambas manos agarró mis nalgas, y levantaba mi cuerpo, arriba y abajo, mientras con su lengua chupaba todo mi sexo y momentáneamente metía su lengua en mi orificio. Pronto cedió, y me volvió a besar la boca.

Él tenía la cara completamente mojada por mis líquidos sexuales, pude percibir el aroma y el sabor de mis jugos cuando me besó.

Con mis manos busqué su enorme falo, y desesperadamente lo metí en mi conchita. Al principio solo permitió que la cabeza entrara, y yo apretaba las piernas y le gritaba que lo metiera todo, pero él se hacía de rogar. Pero cuando menos me lo esperaba, lo metió todo de un solo golpe, mi gemido pareció más un grito que otra cosa. Siguió metiéndolas de golpe hasta el fondo y sacándola lentamente.

Así estuvo más de 10 minutos, yo sentía que a cada acometida mi cuerpo perdía fuerzas. Mis gemidos era todo lo que se escuchaba en la habitación. Comenzó a hacerlo cada vez más rápido, mi cuerpo comenzó a entrar en un estado de excitación que jamás había sentido.

Las lágrimas comenzaron a salir de mis ojos, y dejar de gemir o reprimirlo era completamente imposible. Unas ganas de llorar combinadas con unas ganas de reír y de gritar se hicieron presentes. Javier seguía cogiéndome rápido y fuerte y yo terminé casi con un desmayo y un grito, un orgasmo como jamás lo había sentido.

Duré 5 minutos antes de recuperar por completo el control de mi misma, la sensación del orgasmo me duró todo ese tiempo y yo apretaba las sábanas sintiendo el calor del semen de Javier, entrando en mis entrañas.

Después de ese orgasmo cada caricia era como uno más pequeño, mi cuerpo quedó tan sensible que cuando Javier metió dos dedos volví a tener otro orgasmo más pequeño.

Cuando recuperé las fuerzas me levanté sintiendo la cama completamente húmeda. El cuarto por completo olía a mi líquido lubricante y a sudor de los dos. Me puse mi ropa y regresé a casa, ese día no pude mirar a mi marido a los ojos.

Me prometí a mi misma jamás volver a serle infiel, pero en estos tres años he caído de nuevo más de una vez. Estoy segura que querrán saber como fue.

Autora: Sofía
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