Me llamo Clara y soy… ¿cómo decirlo? No sé qué adjetivo poner, de modo que os contaré lo que me gusta y juzgad vosotros mismos. De entrada, me gustan los hombres (y a veces también las mujeres, pero en circunstancias algo distintas y que os contaré otro día) Eso no tiene nada de extraordinario, diréis. Cierto; pero es que a mí me gustan los hombres muy calientes y ardiendo de ganas de sexo. Hombres que saben que quieren follarte y que no se preocupan por nimiedades como pedirte tu opinión. Hombres capaces de ponerte una mano encima en un autobús, un cine o una aglomeración. Hombres que, sin conocerte de nada, te miran el escote descaradamente y durante mucho rato. Hombres que, en esencia, tienen claro quién tiene que mandar y quién tiene que obedecer en estos asuntos. Hombres a los que se la pone dura la idea de llamarte puta… y tratarte como a tal.
Desde pequeña, mis fantasías han estado llenas de hombres así. Los autobuses y metros eran el lugar más frecuentemente visitado por mis pajas nocturnas. Recuerdo una de las primeras veces que me tocaron, porque aquel día aprendí mucho sobre mí misma. Había subido al autobús cuando ya iba bastante lleno, y tuve que quedarme junto a la máquina de los billetes, porque no se podía avanzar más. Entonces noté una mano en la cadera. Aquel día llevaba una falda por encima de las rodillas y una blusa blanca ceñida. El tío tenía la mano en la barra de la máquina y aprovechaba para tocarme un lado de la falda. Cuando me di cuenta de que no se trataba de un roce casual, sentí inmediatamente una oleada de calor en el coño. Me quedé esperando qué ocurría, pero no me hubiera apartado de allí por nada del mundo. El tío comenzó a moverla un poco, y a frotarme una nalga. Me asusté un poco, pero la calentura iba en aumento. Se me acercó más, y ya tenía la mano sobre mi culo sin ningún disimulo. Comenzó a empujarme ligeramente, supongo que para apretarse más contra mí y también para llevarme hacia una zona más apartada y conveniente para lo que se proponía. De hecho, se apretó tanto que le noté la polla dura en la parte baja de la espalda. Casi me corro allí mismo.
No sé qué deben pensar los tíos en esos momentos. Supongo que aquél creía que estaba tan asustada que me dejaría hacer lo que quisiera. Y esa idea me da más morbo todavía, porque sí que estaba asustada, pero también tan caliente como él. Además, en esos instantes me quedo como paralizada, de tal modo que me resulta casi imposible moverme. Puede que sea un mecanismo de defensa biológico, como el de los conejos que se quedan inmóviles cuando una serpiente les hipnotiza… excepto que no creo que el conejo desee ser devorado, y yo suspiraba por estar en manos de aquel pervertido mientras él me utilizaba de todas las formas posibles. Curiosamente, y a pesar de ello, en esas situaciones me gusta disimular, portarme como si no pasara nada, y siempre evito mirar al hombre o reaccionar en ningún sentido. Sobre todo, mirarlo: la idea de mirar a los ojos a un tío que se está aprovechando de mí me produce una especie de terror delicioso; al mismo tiempo, sería como reconocer que sé lo que está ocurriendo, y prefiero mantener la ficción de que no me doy cuenta, o de que el miedo me ha privado de mi capacidad de reacción.
En cualquier caso, el tío me empujó hacia la parte trasera del autobús. Mientras lo hacía, vio a alguien a quien conocía, porque intercambió un saludo entre dientes sin dejar de manosearme el culo. Me puso una mano en cada cadera y, mientras seguía empujándome, frotaba su polla dura contra mi culo con movimientos rítmicos, como si quisiera follarme allí mismo. La verdad es que la erección era considerable. Finalmente, consiguió llevarme hasta la plataforma, donde me acorraló contra la ventana, apoyándose con fuerza sobre mi espalda. Y entonces empezó a sobarme de verdad. Primero el culo, con las dos manos y sin dejar de frotarme la polla. Para entonces, yo pensaba que se conformaría con poco más, y que tendría que irme a casa a hacerme una paja mientras recordaba todo aquello. Tenía el coño empapado, y los pezones como piedras, aplastados contra el cristal. El tío subió una mano por mi costado, y me tocó el lado de una teta, llegando al pezón y pellizcándolo con dos dedos. No pude contenerme y solté un jadeo. Creo que me oyó, porque gruñó algo incomprensible y siguió pellizcándome hasta hacerme daño. Entonces traté de desasirme, pero él me impidió moverme con su peso. Me desabrochó los dos primeros botones de la blusa, y me agarró una teta por debajo del sujetador. Con la otra mano, me subió la falda, y empezó a acariciarme las bragas, metiendo las puntas de los dedos por debajo. De repente, y con otro gruñido, me levantó la falda por delante y me puso una mano sobre el coño, mientras subía la otra y empezaba a acariciarme el contorno de los labios. Me abrió la boca y me introdujo dos dedos, como si me estuviera obligando a chupársela, todo mientras seguía frotándome el coño. Y lo hacía justo como me gusta: suavemente pero con fuerza, acercando los dedos cada vez más a la entrada.
Entonces me di cuenta de que se había sacado la polla, no sé en qué momento. La noté desnuda sobre mis bragas, y también noté las gotitas de semen que ya habían escapado. El tío dejó de violarme la boca con los dedos, y me llevó una mano a su polla, grande, dura y caliente, obligándome a moverla arriba y abajo. Yo estaba al borde del orgasmo desde hacía rato, y me hubiera dejado hacer cualquier cosa, en parte por miedo de aquel hombre que no se paraba ante nada, pero sobre todo porque ardía en deseos de ser taladrada por aquella polla, de tenerla en la boca hasta ahogarme y de seguir sintiéndome como una auténtica puta arrastrada.
Pero el tío pareció frenarse. De repente, me dirigió por primera vez la palabra y me dijo:
-Ahora te darás la vuelta y te portarás como si fueras mi novia, puta. ¿O crees que iba a conformarme con sobarte un poco después de cómo me has puesto? Te voy a follar, guarra. Y pobre de ti que grites o te resistas. No tengo paciencia con las putas que se hacen las tontas. Vas a aprender lo que eres de una vez por todas.
Me obligó a darme la vuelta. Sus palabras me habían asustado, pero también me provocaron un deseo incontrolable. Me buscó la boca con la suya y empezó a morrearme y lamerme como un animal. Yo no podía evitar sacar la lengua y devolverle los besos. El tío empezó a pellizcarme otra vez un pezón mientras me acariciaba el coño y me frotaba la polla contra el vientre.
-Eres una puta sumisa –gruñó-. Y vas a ser mía… Te voy a enseñar quién manda.
Sin más palabras, me apartó las bragas y me levantó un poco para clavarme la polla. Empezó a embestirme entre gruñidos, sin preocuparse del daño que me hacía cuando mi cabeza chocaba contra el cristal. Como yo jadeaba, aun sin querer, me tapó fuertemente la boca con una mano mientras seguía follándome.
-¿Te gusta, guarra? ¿O te duele? Tengo una polla muy grande, ¿verdad? Déjame que te estruje las tetas mientras te la meto… Qué coño de puta… Cállate, cerda… Pobre de ti que nos oigan…
Entonces me di cuenta de que a mi lado había otro tío mirándonos. No sé cuánto tiempo llevaba allí, pero tenía una mano en la entrepierna y se acariciaba suavemente. Al ver que le miraba, me sonrió y me puso una mano sobre una teta, estrujándola sin contemplaciones. Se volvió hacia el que me estaba follando y le dijo, sin más:
-¿Puedo?
-Claro –contestó el otro, entre jadeos-. Esta guarra es mía, pero no me importa compartir. De hecho, me gustará verlo.
Yo traté de protestar, pero me volvió a tapar la boca. El recién llegado siguió estrujándome la teta, pero me agarró una mano y me la puso encima de la polla, obligándome a moverla mientras me susurraba en el oído:
-Puta, vas a ver lo que vamos a hacerte. Tardaremos en acabar contigo… Me dan rabia las putas como tú…
El que me estaba follando lo hacía cada vez más a lo bestia. Parecía que quisiera reventarme… y a mí me encantaba. De repente, se corrió, llenándome el coño y los muslos. Me apartó de él y me empujó hacia el otro hombre, que volvió a sonreírme mientras me decía:
-Ven con papá, guarra.
Me agarró del pelo y empezó a morrearme sin dejar de insultarme, mientras el otro miraba cómo me sobaba. De pronto, el primero dijo:
-Yo no me he hartado aún de esta tía. Mi casa está aquí cerca. ¿Por qué no la bajamos y seguimos con más calma?
El otro parecía fuera de sí y no dejaba de sobarme, pellizcarme y morderme por todas partes. Pero consiguió dominarse y dijo:
-Me parece una gran idea.
Traté de decir algo, pero me ignoraron. El autobús se detuvo, y me obligaron a bajar con ellos. No sé por qué calles pasamos, pero cuando me di cuenta estábamos entrando en el piso del tío. Al instante me habían arrojado sobre el sofá mientras me arrancaban la ropa. El que me había follado volvía a tenerla dura, y el otro estaba medio loco de deseo. Se sentó sobre mi pecho y me metió la polla en la boca, inclinándose hacia adelante todo lo posible para hundírmela hasta el fondo. No podía respirar. El tío me sacudía la cabeza para clavarme su polla aún más. Cuando al fin me soltó, tuve que toser durante un buen rato, pero tuve una especie de orgasmo en la garganta. Sin más contemplaciones, me pusieron a cuatro patas sobre el sofá, y el que me la había metido en la boca empezó a follarme por detrás con unas embestidas fortísimas. El otro se puso delante de mí, diciendo:
-Ya tenía ganas de que te la tragaras, puta.
Y me la metió en la boca. Todas las tías tendrían que probar lo que es estar entre dos hombres, bien taladrada por el coño y la boca. Empecé a correrme sin poder parar, y tuve que ponerme una mano entre las piernas. Los dos tíos se rieron y me penetraron aún con más fuerza…
Los tíos eran unos verdaderos pervertidos. No sé cuántas veces se corrieron encima de mí, ni cuánta leche llegué a tragar. Sé que, durante un tiempo, fui la feliz esclava de aquellos tíos, de los que no aprendí ni su nombre. Cuando me llamaban, tenía que ir al piso y dejar que me hicieran de todo como a una puta arrastrada… pero las cosas que me hicieron os las contaré otro día.
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