Relatos eróticos Marqueze. El Sexo que te gusta leer.

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Una madura muy follable

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La senté frente a mí, con una mano le junté los tobillos y le levanté las piernas, quedando al descubierto su conchita rosada con los labios muy salidos y justo cuando la iba a penetrar preferí hincarme y ante su mirada de entre asombro y lujuria contenida, le di sólo tres lamidas a lo largo de toda la rajita, eso la hizo estremecerse, de pronto se vino sin avisar y sus ojos parecieron juntarse.
Estoy en la oficina y acabo de leer un relato que me recordó una experiencia. Soy periodista, actualmente tengo 22 años, y hace tres, mientras estudiaba la carrera, estuve realizando prácticas profesionales en el área de comunicación social de una dependencia gubernamental; mi jefa, una señora de 36 años que a simple vista parecía de 20, y no porque estuviera bien conservada, sino porque era pequeña de estatura y delgada como un fideo, rubia, apenas pesaba unos 55 kilogramos, y para serles muy franco tiene un par de orejas grandes, los ojos juntos (parece bizca), y unos senitos escurridos… sin embargo es inteligente y tiene buena charla.

Puesto que estudié en una escuela que ella consideraba fenomenal, la relación entre nosotros fue más estrecha a diferencia de los otros practicantes, de hecho todas las cuatro horas que duraba el turno, me la pasaba junto a Queta en su computadora conversando sobre libros, y cosas de ese tipo, mientras ella trabajaba gustosamente.

Terminó el servicio. Intercambiamos números personales y prometimos llamarnos. Pasaron algunos meses y decidí saber de Queta, me invitó a tomar una cerveza en su departamento, fui, platicamos de política mientras sus tres hijas dormían en las habitaciones. Nada fuera de lo normal, pero al momento de despedirnos me dio un beso en los labios, me sorprendió, incluso me dio miedo, vaya que era fea, sin embargo, tuve mucha curiosidad por conocer su cuerpo.

Salí del departamento y me hizo prometerle volver. El suceso me dio risa, pero no podía dejar de pensar en las posibilidades de regresar algún día.

Una noche que andaba con mis amigos echando la copa, no fue novedad que me pusiera hasta la madre de borracho, así que el valor del alcohol me hizo tratar de llevar a la cama a una de las primas de ellos, no se dejó, y sólo me quedé con las bolas muy hinchadas. Alrededor de las 3 de la madrugada, frustrado y caliente, decidí llamar a Queta, adormilada aceptó recibirme. Menos de veinte minutos y ya estaba frente a la puerta de su departamento tocando. Me recibió con un pijama bastante feo, camisón largo y pantalón de franela a cuadros. ¿Quieres café?, me dijo, asentí con la cabeza (que me daba muchas vueltas), y la miré en la cocina desde el recibidor, respiré profundo y me decidí.

Mientras llenaba la cafetera de agua, llegué por detrás, y sin pedirle permiso comencé a acariciarle los senos flácidos, pero sabrosísimos por debajo del camisón. Queta trató de zafarse ante la inminente sorpresa, pero al sentir mi verga dura que comencé a frotar en sus diminutas nalgas, mejor se dio vuelta y comenzamos a besarnos al estilo porno, sólo con lengua. No pesaba nada, yo soy muy alto y levanto pesas, así que con un solo brazo la cargué prensada a mí, y con el otro le bajé la parte inferior del pijama con todo y tanga blanca que vestía esa noche. La senté en la estufa y ella me bajó el zipper del pantalón, le presenté a la señora verga, y cuando me disponía a metérsela, me pidió lubricarla para que no le doliera tanto.

Entonces se hincó frente a mí y apenas pudo entrarle un cuarto de verga en la boca, le dije que me lastimaba con los dientes y se disculpó como si hubiera llegado tarde a una entrevista con algún funcionario, me reí y se la volví a meter. Tuvo que usar su lengua para mojarla toda. Entonces decidí cargarla y al aire, como un balero haciendo capirucho, se la metí en la concha y se resbaló como en agua. Me abrazó con fuerza mientras mordía los labios para no gritar, puesto que sus hijas estaban dormidas.

Soy fuerte, pero no soy Sansón, así que regresamos al comedor, ella aún con el palo adentro, y me senté en una silla, entonces la volteé con facilidad debido a su tamaño e intenté dejarle ir el pito por el chimuelo (para los menos vulgares), por el ano, pero me resultó difícil y aunque la estaba lastimando, no dijo nada, así que mejor desistí y la llevé al sillón individual, donde la senté frente a mí, con una mano le junté los tobillos y le levanté las piernas, quedando al descubierto su conchita rosada con los labios muy salidos, y justo cuando la iba a penetrar preferí hincarme y ante su mirada de entre asombro y lujuria contenida, le di sólo tres lamidas a lo largo de toda la rajita, eso la hizo estremecerse.

Comencé de nuevo la embestida, lo que me encanta de cogérmela es que se le va hasta adentro sin oponer resistencia, mientras veía su cara nada agraciada y con más fuerza se la metía, ella sólo susurraba sus gemidos, de pronto se vino sin avisar y sus ojos parecieron juntarse más, el apretón que le dio a mi verga cuando arqueó la espalda me excitó tanto que también quise hacerlo, ella lo notó y me pidió hacerlo adentro ya que no tenía matriz.

Debió sentir el chisguete dentro de su árido vientre, puesto que hizo un gesto de alivio y aún con las piernas arriba y juntas, me comenzó a frotar la parte trasera de las piernas. El orgasmo fue muy placentero, acto seguido comenzó a darme vueltas la cabeza otra vez. Queta corrió a vestirse y me trajo una taza de café.

Desde aquella madrugada voy a verla cada vez que ando borracho, hemos hecho de todo, pero siempre en silencio porque nunca estamos solos. Moraleja, no importa la cara ni las tetas, sino lo rico que les resbale la verga…

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