Cuando llegue a la ciudad prácticamente no conocía a nadie. Solo tenía un contacto laboral con el que iba a negociar en los próximos seis meses que estuviera en el país. Eso no me parecía un problema significante ya que iba por trabajo, pero lo que me preocupaba era no dominar el idioma y cada vez que me hablaban sentía que no entendía nada.
Mi oficio es escribir y por lo general lo hago en soledad, esa es una ventaja, pero me gusta hablar con la gente, es parte de mi naturaleza extrovertida y curiosa, como también es mi forma de buscar información para escribir.
Los primeros días fueron los más difíciles, estaba sola, pero rápidamente me fui adaptando a la rutina de vivir en una cultura diferente. A la semana de llegar me mude del hotel a un pequeño estudio en una de las zonas más concurridas y animadas de la ciudad. El ver mucha gente caminando por allí, sentirme parte del paisaje me daba independencia para trabajar y terminar rápido mi proyecto. El barrio era pintoresco, entramado de pequeñas y encantadoras callejuelas ambientadas con iglesias que se perdían entre restaurantes y bares que brindaban buenas opciones a la hora de la cena. Recordé eso de rezar, comer, amar…
pero amar a quien!
Ahora no importaba, estaba feliz con este cambio, pero necesitaba algo más: aprender la lengua de donde estaba. Así fue como conocí a mi profesor de idiomas.
Me inscribí en un curso para residentes extranjeros que brindaba una universidad cercana a donde yo estaba viviendo. La primera clase, cuando entré vi que la mayoría de los estudiantes eran muy jóvenes y parecían conocerse entre ellos. Así que fui directo a sentarme en una banca al final del salón, tratando de pasar desapercibida, cuando entro el profesor y todos hicieron silencio, saludo y se quedó mirándome.
Creo no encajaba en aquel grupo, claro yo tendría su edad o un poco más, pero estaba ahí para aprender y no para enseñar.
Al terminar la clase me acerque a presentarme, no habré dicho dos palabras cuando pregunto de donde era, por mí acento, dijo. Resulto que conocía mi tierra y le había gustado mucho, además de que hablaba muy bien mi idioma. Me sentí aliviada, de no tener que esforzarme tanto para mantener un dialogo con él.
Era un hombre varonil y de fina estampa. Enseguida me sentí atrapada con la calidez de su presencia y un millón de pequeños detalles comenzaron a saltar a mi vista. La expresión de su rostro, el lenguaje de su cuerpo y la sutil tonalidad de su voz me fue envolviendo, mientras hablaba y comentaba sobre el curso.
Hubo un contacto visual inmediato entre los dos, aunque las dos primeras semanas tuvimos pocos acercamientos, note que me miraba de una forma diferente al resto de los alumnos.
Las mujeres sabemos darnos cuenta de eso. Sientes que recorren tu cuerpo con solo una mirada y es una energía que te provoca cúmulos de sensaciones y eso sucedía cada vez que pasaba cerca de mí y su perfume con el mío parecían zambullirse uno dentro del otro buscando descubrir la esencia íntima de nuestras almas.
No sabía cuándo iba acabar esa tensión sexual entre los dos. Hasta que un sábado por la mañana estaba sentada en un bar desayunado y lo vi pasar.
- ¡Profesor! – dije llamándolo.
- ¡Hola! – dijo al verme y su rostro se ilumino en una hermosa sonrisa.
Se acercó a mí y me levante para saludarlo, puse mis manos sobre sus brazos y mi pecho rozo el suyo, mientras estampe un beso efusivo en su mejilla. Se sorprendió, quizás no era una costumbre habitual para él.
- Mi alumna favorita… ¿qué hace por aquí? – dijo
- Vivo a unos metros de este lugar. ¿y usted?
- También. Aunque nunca te vi y mira que ando mucho por estas calles.
- Es que salgo muy poco, con mi trabajo. Pero porque no se sienta conmigo a desayunar. ¿Me acompaña?
- Claro si encantado.
Tuvimos una charla distendida y divertida. Pero había algo que afloraba todo el tiempo entre nosotros como un encantamiento que no me dejaba quitar mis ojos de él imaginando como sería un encuentro intimo entro los dos.
En un momento dijo – ¿y qué haces además de trabajar?-
- No mucho- conteste – no conozco a nadie en esta ciudad, estoy sola y no es fácil si apenas se hablar su idioma. – dije.
- Si te entiendo. Pero eres muy guapa, si yo no estuviera comprometido te invitaba a salir. – dijo.
Oh! Pensé para mí, me está seduciendo. – Pero puedo invitarlo yo a usted, por lo menos a cenar… Claro ¿si lo dejan?
Me miro con picardía y respondió - Sí me dejan. Pero no es ético que un profesor tenga una cita con su alumna.
- Aunque puede hacer una excepción conmigo, soy un huésped en la ciudad, sin nadie conocido - dije - y este fin de semana no tengo planes. Podríamos ir a cenar y enseñarme el glamour de la villa esta noche. Claro ¿si quieres?
Me dijo que él también estaba solo ese día, Así que acepto.
- lo espero entonces a las 19 ¿está bien? – mientras anotaba mi dirección en una servilleta de papel y se lo ponía en su mano y él con un suave movimiento acaricio con sus dedos la mía y me dijo – Esta vez romperé mis reglas.
Si que las rompería. Era lo que deseaba y por fin esta noche sucedería.
Esa tarde fue interminable para mí. Me prepare dos horas antes. Me sentí como una adolescente en su primera salida. Con mi mente volando en fantasías, cuando el timbre de la puerta me despertó del sueño y era él que había llegado puntualmente.
Baje las escaleras rápido antes que se arrepienta, pensé.
Yo me había puesto un vestido sexy pero discreto que realzaba mis formas, como diciendo: ¡Mira lo que tienes de postre! Y creo que el mensaje lo recibió por la expresión fascinada de su cara cuando me vio y solo dijo:
- ¡Wow! Deslumbrante. Bellísima.
La cena fue un deleite y el vino hechicero hizo su efecto sobre nosotros y la magia de la noche nos fue envolviendo sin darnos cuenta en un embrujo amoroso que nos quemaba la piel de ansias.
Salimos del restaurante sin decir palabra, nos llevaban las ganas de sentirnos y así nuestros cuerpos comenzaron una danza de abrazos y arrumacos mientras los besos se adueñaron de nosotros llenándonos con la lujuria.
Las escaleras a mi departamento parecieron interminables, en cada escalón su cuerpo se pegaba al mío como un imán y nuestros sexos ardían hinchados de gozo.
Al abrir la puerta, sus manos y las mías quitaron la ropa molesta que se interponía a las caricias y nuestra piel se fundió en el calor de la pasión. Besos y mas besos como si fuera la última vez que lo hacíamos.
Mi cuerpo termino tendido sobre la mesa de la sala, mientras él con avidez abrió mis muslos para sorber de mi manantial llevándome al éxtasis en solo unos segundos.
Sus ojos disfrutaban de verme así entregada y no dejo un minuto de tocarme y de besarme… continúo insistentemente en mantenerme así hasta dejarme más de una vez sin aliento.
Cuando volví en mí lo bese intensamente y mis manos lo llenaron de caricias hasta coger su falo entre mis dedos y su respiración se entrecorto pidiéndome sentir mi boca explorándolo.
Lo lleve hasta mi cama sin dejar de acariciarlo, para dejarlo acostado mirando el espectáculo de verme devorar su carne entre mis húmedos labios. Fue un deleite saborearlo lentamente de punta a punta hasta dejarlo al límite de sus fuerzas. Pero quería sentirlo dentro de mí antes de dejarlo ir y no hay nada más placentero que montar un hombre en su plenitud.
Con suavidad fui disfrutando el juego de sentirlo restregar su miembro en la humedad de mi sexo hasta perderse en mi interior produciéndome una intensa contracción que me obligo a mover meciéndome al ritmo alocado de mi corazón desbordado de erotismo y sus ojos brillaban bajo la imagen de mi cuerpo y de mis senos dibujados por sus manos.
Me sentía embriagada con el sabor de su piel y no podía parar de moverme al sentir los espasmos, uno tras otro que parecía interminable. Lentamente mis latidos se fueron serenado y el dejo que eso pase, acariciaba mi espalda, mientras susurraba palabras a mi oído en su idioma que endulzaron mi alma, para volver a encender mi sexo y esta vez poseerme en una arremetida intensa que nos envolvió en un sudor lujurioso, y que acabo llenando mi cuerpo con su delicioso néctar.
Esa noche probamos las mieles de la pasión prohibida. Y sabíamos que el amanecer no apagaría lo que habíamos comenzado. Desde ese día, fuimos más que un profesor y su alumna.
Y Las fantasías no dejaron de crecer.
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