Relatos eróticos Marqueze. El Sexo que te gusta leer.

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“Caza mayor”

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Subí al Metro que como siempre, en las horas punta, iba repleto y me encuentro frente a frente con un espécimen de “tío” que solo por su figura me dejó prendido hasta tal punto de despertar en mí, de manera inmediata, unas fantasías de sentirme suyo y de hacerlo mío; tan es así que, en pocos segundos, hizo que se me parara la verga de tal manera que, para evitar que notara como iba a más la rigidez de la erección y contraviniendo mis deseos lujuriosos que su imagen me había provocado, me ladee aprovechando un pequeño hueco a mi izquierda, pero para mi sorpresa sentí su mano, cogiéndome delicadamente del costado derecho, incitándome a completar el giro de 180º para que mi culo quedara empotrado en su entrepierna. Era evidente que habría notado la erección de mi verga y, en la expresión de mi rostro, mi repentina admiración de su figura, o más: la repentina presión libidinosa que me había causado. De no ser así me resultaba incomprensible tan singular atrevimiento por su parte. Yo, sin dudarlo, aunque con cierto recelo, respondí de inmediato y, dejándome vencer, me recreé con mi culo en su entrepierna poniéndolo a su entera disposición todo el tiempo que lo permitieran las circunstancias del trayecto y gozar de la presión de su paquete genital en las nalgas y en los adentros de mi raja mientras mi ano aleteaba deseoso de sentirse henchido. Con esa disposición, al levantar la cabeza, para mayor sorpresa y mejor bien, me encontré delante de mí, una reproducción del espécimen de “tío” que me iba culeando. Me obnubilé, me pareció que estaba alucinando, pero no había duda: eran dos gemelos y con idénticas inquietudes de aprovechamiento, así que presionando uno por detrás y el otro por delante empecé a retorcerme ligeramente para dejarles patente mí agrado de gozar intencionadamente de los roces de sus paquetes en mi entrepierna y en mis nalgas con sus vergas cada vez más rígidas. Hubiera querido que aquel trayecto y las circunstancias de apretujamiento masivo fueran interminables pues ambos, además de todo ello y de forma muy disimulada, cuando los apretujamientos de los viajeros lo hacían posible y aprovechando que llevaba la camisa con el faldón por fuera del pantalón, posaban sus manos en mi cuerpo, uno queriendo rozar mis tetas con los pezones erectos, y el otro recorriendo la ristra ósea de mi columna vertebral. Gozando, pues, con el mayor disimulo, llegamos a la estación que ellos iban a bajarse, no sin antes advertirme uno de ellos, susurrándome al oído: «si quieres más, síguenos». Quedé aturdido, pero bajé del Metro con ellos y les seguí motivado por lo acontecido y mis deseos de someterme para dar rienda suelta a mi feminidad que, aunque había tardado mucho tiempo en reconocerme bisexual, incluso rehuyendo ocasiones como la que estoy narrando y dejar insatisfechos los deseos que yo mismo me negaba, con el tiempo terminé admitiendo no solo mi bisexualidad sino el aumento de mis deseos de satisfacer mi fantasías morbosas de hacer gozar a un macho o, como en este caso, a dos y a los que vinieren.

Lo que entendí y resultó ser su vivienda estaba cerca de la estación. Entramos, se veía que era una casa de familia pudiente económicamente. Al cerrar la puerta, con aquellos dos bigardos en el interior y dispuesto a entregarme a sus quereres lascivos, oí una voz que pareciera que nos estaba esperando y temiera que no le trajeran lo que deseaba:

─ ¿Hoy no ha habido caza?

Quedé perplejo. «Tranquilo», me dijo el que me había tenido cogido por detrás durante el trayecto en el Metro. «Es la voz de mi padre, otro mariconazo de órdago, podrás tener  ocasión de comprobarlo si sigues con nosotros.»

─ ¿Y de qué caza habla? ─ le pregunté temiéndome que fuera yo la pieza cazada.

─No te preocupes, lo vas  a pasar bien. El viejo, gordo y pachucho, no sale de casa y desde que le abandonó su última pareja que tenía a sueldo para mariconear a plena satisfacción suya y también la nuestra, ahora nos pide a nosotros, de vez en cuando, que le hagamos partícipe de lo que nosotros llamamos “caza mayor”. Tendrás que reconocer que contigo hemos encontrado una buena “pieza”. No lo tomes a mal: si quieres te puedes marchar, pero sería una lástima por lo que podrás  gozar con nosotros y con el viejo.

El otro gemelo me sonrió y se dirigió a su padre a grito pelado:

─Te hemos traído una pieza de “caza mayor” – Luego, dirigiéndose a mí, añadió – Le gusta mariconear como hembra y yo intuyo que a ti también te gusta, al menos lo has dado a entender dejándote putear.

Entramos en la habitación, el viejo estaba acostado en la cama con camisón de seda con encajes y bragas caladas. Su aspecto, que bien pudiera ser el de un fantoche  por su enorme barriga, sin embargo tenía el aspecto de patricio romano con su cabello canoso desaliñado y unas tetas apetecibles que bien podrían ir recogidas con un ceñido brasier. Me miró satisfecho. «Buena pieza», dijo. Y añadió de inmediato: «Desnúdate. ¿Los chicos ya te han dicho que me gustan los maricones con plumas? Mírame, ¿te gustó? Ahí tienes para ponerte las plumas que más te gusten. ¿Cuáles son tus prendas preferidas? ¿Qué prefieres más, bragas o tangas?, ¿Corsé, blusita y sostén o ir topless?

Aquella situación me atraía, pero al mismo tiempo me repugnaba habérmelas con aquel viejo que apenas podía moverse para levantarse de la cama.

Los gemelos, sin presionarme en absoluto, empezaron a desnudarme. Para sorpresa de todos, también yo llevaba puestas unas bragas de encaje caladas.

─ ¡Bravo! Acércate, nena – Gritó el viejo entusiasmado. Yo rehusé el halago por temor y lo incierto de la situación, aunque no me disgustó el tratamiento sino todo lo contrario – ¡Ven, no seas malo! ¡Por fin me habéis traído una putita!

Los gemelos le pidieron que no fuera impaciente, asegurándole que tendría lo que me pidiera. «Te gustara como mueve el rabito», dijo uno de los dos. Y el otro, refiriéndose a mí, añadió: «Mira, su sorpresa ha sido mayúscula, no le advertimos de nada y menos que habíamos ido de caza para ti, mami. Deja que nosotros te lo pongamos en suerte.

Me gustó esa expresión taurina para advertirle que antes de nada iban a tratarme ellos para ponerme en la mejor disposición para satisfacerle y satisfacernos.

Yo, en aquellos momentos, no sabía si aquellos dos bigardos lo hacían por su propio gusto o para satisfacer al viejo, pero pronto salí de dudas: lo cierto es que los dos hermanos, como si siguiéramos en el Metro, uno por delante y el otro por detrás, ya totalmente desnudos entroncaban su pollas en mis partes y, además, si uno jugueteaba con mis tetas con los pezones erectos que presionaba, pellizcaba y mordía yendo de menor a mayor fuerza repetidamente hasta hacerme daño; el otro acariciaba mi espalda con una mano mientras que deslizaba el índice de la otra recorriendo mi columna vertebral desde la cerviz hasta la raja de mi culo donde – como se suele decir equivocadamente para mí – la espalda pierde su bello nombre como si el culo lo fuera menos. Me enardecía sintiendo sus penes erectos, uno restregándomelo por delante entre mis huevos y el perineo y, el otro, por detrás, metiéndomelo en mi raja de arriba abajo y apuntalándomelo en el agujero hasta penetrarme una y otra vez. Yo gozaba: se permutaba y mi cuerpo se estremecía y me amarraba a sus cuellos buscándoles los labios, sus bocas, sus lenguas que ellos no rehuían y las entrelazábamos lamiéndolas y mordisqueando los labios.

El viejo en su cama parecía sentir miméticamente mis mismos placeres de puta como si también fueran con él. Se retorcía y yo, viéndole así, me quité las bragas completamente humedecidas de mi pre cum y se las eché. Él se puso a olerlas, a lamerlas, a chuparlas, restregárselas por el rostro, por los sobacos, por sus tetas y, arremangándose el camisón, por sus genitales hasta que se quitó las suyas y me las lanzó para que le imitara. Las recogí y le imite, mientras que  los gemelos proseguían para dejarme a punto, “en suerte”, como había dicho uno de ellos. Yo, ya fuera de mí, me bajé hasta sus entrepiernas lamiendo sus ingles, sus huevos, punteando sus glandes con mi lengua, mamando y chupando sus vergas hasta que metido en sus bajos les lamía el culo a los dos, alternativamente, cogido de sus vergas sin parar de masturbarles.

─ ¡Basta ya, cabrones, hijos de puta! ¡Traédmelo aquí! – gritó el viejo.

Los gemelos me acercaron a la cama, Verlo así, de cerca, con el camisón arremangado y sus genitales fláccidos, pero con sus tetas marcadas dejando la impronta de  unos grandes pezones erectos, me pareció encontrarme ante una apetecible puta vieja que ansiaba que alguien la magreara. Lo hice: puse una mano sobando sus genitales y el vello de su pubis; la otra en sus pechos y mi lengua recorriendo de una teta a la otra succionándole los pezones y, bajando más allá del  ombligo, recorrer a besos y lamidos todo su bajo vientre hasta llegar a sus genitales. El viejo enloquecía como una mesalina de lujo.

Cuando le besé y metí mi lengua en su boca y el en la mía, me separé creyendo que le había dejado satisfecho, pero resultó todo lo contrario: trató de bajarse de la cama y quedó medio incorporado bocabajo con el tronco sobre el lecho y con los pies en el suelo, sus genitales colgando como un pellejo y su culo mondo y lirondo frente a mí. Me miró:

– Ven, putita – me llamó gimiendo

No sé por qué, pero de pronto me pareció delicioso su enorme culo que, visto lo visto, se me antojaba de matrona, como nunca lo había probado.  Me acerqué, me puse detrás de él de rodillas y cogiéndole lo que no era nada más que un pellejo genital en masa, me puse a palmearle el culo, separándole las nalgas, contemplando su ano desbocado y satisfacer mis repentinos deseos de chuparlo y meterle mi lengua y penetrarla en su recto, cosa que conseguí  traspasando fácilmente sus fláccidos esfínteres de viejo colmado, sin duda, de multiplicadas penetraciones. El viejo volvía a enloquecer resoplando y gimiendo.

─ ¡Qué culo más rico tienes, viejo! ¡Vaya coñazo de puta vieja! Mueve ese rico coño para tu putita!

─ ¡Sigue, sigue, no pares! ¡Méteme tu puta lengua, no pares!

Mientras le iba sobando su pellejo, con su pene fláccido metido y casi perdido entre el escroto de sus huevos hueros, conseguí endurecérselo y engordarlo metiendo el pulgar y el índice de una mano hasta la base de su tronco y con la otra levantándole el pubis de tal suerte que, a pesar de du disfunción eréctil, pude masturbarle mientras que le enculaba con profundas nalgadas hasta provocarle – no sé si alguien lo habría conseguido antes – un orgasmo seco. Yo mismo estuve a punto de correrme sintiéndome la “putita” que había hecho gozar al viejo hasta la extenuación mientras que con sus espasmos y gemidos no paraba de moverme su cola con mi verga totalmente en su orto y con mis huevos repiqueteándole las cachas.

Ni qué decir de sus halagos para su putita entre sus fuertes espasmos, resuellos, jadeos y gemidos: «Putísima puta, quiero que seas mía, quiero ser tuya». Con estas palabras y otros murmullos se quedó endormecido plácidamente.

A penas me relajé, busqué a los gemelos. Estaban en el salón, sobre una  alfombra de felpa haciendo un 69. Me acerqué al que estaba encima del otro, le separa las nalgas, su culo era más felpudo que la alfombra, lamí sus pelos negros como el azabache, ensalive el ano que ya estaba bastante dilatado y cuando iba a montarle forzó la vuelta y me dejó dispuesto el culo del otro con el que repetí lo mismo y de 69 a 69 entre ellos, poniendo sus culos a mi disposición repetidamente , no sabría decir cuál de los dos gimió más cuando les monte, a uno y al otro, aunque ninguno de los dos me permitiera correrme con mi verga metida en sus rectos.

─Preferimos gozarte como putita.─ dijo uno de ellos.

─Acuéstate – dijo el otro

Y sobre el felpudo, bocarriba, me follaron los dos, uno tras otro con mis piernas sobre sus hombros o a cuatro patas y siempre con la verga de uno de los dos en mi boca.

─ ¡Mama, puta! ¡Qué ricas tragaderas tiene, nena! ─ Ciertamente aguantaba lo mejor que podía las arcadas que me provocaba un gemelo que, con los profundas penetraciones del que me estaba culeando, aumentaban la profundidad de la verga  que tenía metida en la garganta. Yo me ahogaba  pero, pese a todo, gozaba sintiéndome hembra sometida a los caprichos de los dos gemelos  en el rol de machos enfebrecidos hasta que se corrieron con el semen de uno en mi intestino y llenándome, el otro, la boca. Tras eso, ambos se acostaron a mis lados y, mientras les limpiaba las vergas a lamidos y ellos se relajaban, yo me pajeé derramando y esparciendo mi semen en mi vientre para terminar, como final de un gran festín,  lamiendo mis dedos enlechados.

─”A revoir”

No ha sido un sueño, aunque lo parezca.

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