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UN DOMINGO MUY ESPECIAL

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Serían las 9:30 de la mañana cuando sonó el timbre. Me levanté no con ganas a abrir la puerta pensando: "Otra vez estos jodidos Testigos de Jehová!". Y así fue, pero no eran estos sino "estas".

Una de ellas era una bellísima vecina mía, Liandra, de la cual desconocía sus orientaciones religiosas.

Abro la puerta – sólo traía puesto un pijama – y las atiendo diciendo: "ante todo no pierdan el tiempo conmigo, no soy partidario de sus creencias".

La mujercita que acompañaba a mi conocida me señaló que eso no importaba, que lo único que ellas buscaban era dejarme un mensaje de Jehová para estos tiempos tan difíciles.

La otra, en silencio, sólo atinó a ponerme una carita como socarrona. Contemplé su figura.

Ni esas polleras largas podían ocultar la belleza de sus piernas y esa tremenda cadera portadora de un culo excepcional.

Sus ojitos color miel, al igual que su pelo, eran un tremendo encanto, por lo que haciéndome el arrepentido, las invité a pasar para conocer un poco mejor el mensaje.

Pasó primero la más charlatana y luego mi conocida, a la que al pasar, no sólo le admiré el ojete, sino que se lo rocé cuidadosamente con el canto de mi mano. Enseguida se dio vuelta y no pudo ocultar que le había gustado.

Las invité a tomar unos mates, dado que ellos no toman café, y Liandra me pidió permiso para pasar al baño. "Te acompaño" le dije, y en medio del pasillo no me pude resistir y nuevamente le acaricié el culo. Tremenda fue mi sorpresa cuando ella me estampó un soberbio beso y me dijo: "¿querés verlo?" ¡Sí!, contesté desesperadamente.

Mientras la otra chica se entretenía con sus publicaciones, Liandra se subió bien alto la negra falda y me dio la espalda diciendo: "miralo", yo estaba duro como una estaca y sólo me propuse acariciarlo por encima de esa blanca bombachita. "Tocalo más, se pone más mimoso", me dijo descaradamente y no me aguanté y le bajé esa bombachita que se interponía entre mis manos y sus cachetes blancos.

Empecé a besarla por todos los cachetitos, a lamérselos desaforadamente; ella no paraba de gemir como apretándose los dientes.

Muy despacio le separé esas bellas piernas que dejaron al descubierto también una suave mata de pelos castaños. Pero mis ojos se detenían únicamente en ese tierno y oscuro agujerito color caramelo, y como caramelo lo traté.

Comencé a besarle el anito y a introducirle suavemente mi lengua, que sumada a su acostumbrada humedad se nutría de los juguitos orgásmicos de mi bebito. Con mi mano siniestra abrí la botonera de mi pijama y saqué mi instrumento que estaba volando de la calentura y lo apoyé en la entrada de su culo.

"Sé lo que vas a hacer", me indicó, "pero te advierto que nadie jamás me metió ni un dedo en mi culo".

Hice como que no escuché y metí la cabeza de mi grueso miembro en el interior de su ano. Estaba muy estrecho, por lo que empecé a empujar muy lentamente hasta acostumbrarlo.

¡Que hermosura mi muchacho adentro de ese culo que tanto adoraba de verlo pasear por la calle!

Al cabo de un poco de fuerza ya estaba todo adentro de ese precioso ojete. Con mis manos le acariciaba las manos y las tetitas por debajo de su camisa blanca. Y bombeaba, y bombeaba. ¡Nunca me había comido un culo… y para colmo virgen!

No tardé mucho más en acabar y llenárselo por completo. Nunca voy a olvidar su cara de satisfacción, sudada, más allá del dolor de las primeras embestidas, pero tampoco voy a olvidar la cara de su compañera que había estado mirando todo el espectáculo meta masturbarse en el más agudo de los silencios.

La seguí acariciando y agachándome le besé cada uno de los cachetes de su blanquecino culo.

Le acomodé la ropa, la acompañé hasta la puerta, las invité a volver cuando quisieran, y nuevamente le di una palmadita en el culo de

Liandra en señal de despedida.

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