Relatos eróticos Marqueze. El Sexo que te gusta leer.

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El chalet del jefe de mi marido

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Chupé su verga una y otra vez, a la vez que él me despojaba de mi parte alta del bikini y liberaba mis pechos. Luego, fue un caballero. Apartó de mi boca su polla y se agachó delante de mí, y me lamió sin descanso. Mordí mis labios, gemí, después de darme placer unos minutos, se levantó y cerró la puerta de la bodeguilla y me despojó de la braga del bikini. Volvió a besarme y lo irremediable llegó.
Mi marido tiene un jefe de lo más original. Cuando se aburre, simplemente se gasta una pasta, organiza una fiesta. Tiene un hermoso chalet a las afueras de Madrid. Le ha costado una pasta. Tiene un montón de millones dentro de el. Objetos de los más variados. Traídos de los lugares más recónditos del mundo. Y no le importa organizar esas fiestas para sus empleados y que ellos mismos campen a sus anchas por su casa. Supongo que no tendrá miedo de que le roben algo, siempre le queda la opción de despedirlos a todos en grupo, si algo le faltara. Organizó una fiesta y como era costumbre, invitó a sus empleados más afines. Mi marido lleva un año en la empresa y no habíamos asistido nunca a esas fiestas de las que tanto se hablaba. Por fin iba a organizar una y nos iba a invitar. Mi marido subía rápido. No era un trepa, pero era muy listo. Su compañero Borja, le había dicho que pasaría a recogernos a nuestra casa a eso de las 9 de la mañana. Nos pareció bien la idea y nos preparamos para no hacerle esperar. Probablemente, pasaríamos la noche en el chalet de su jefe, con lo cual preparé una maleta pequeña con una muda y unos pijamas.

Borja pasó a las nueve en punto. Borja no está casado. Borja no tiene novia. Borja es simpático. Borja es guapote y tiene buen tipo. Borja es joven, tiene 30 años. Borja cae bien. Borja es el medio ojito derecho del jefe. El otro medio ojito es una secretaria que tiene permanentemente a su lado y de la cual se rumorea que tiene líos de vez en cuando con él en el despacho. En fin, Borja es lo que mi marido quiere llegar a ser. Borja nos fue contando, bueno, me fue contando, como es la vida de mi marido y la suya propia en la oficina, dentro del departamento de contabilidad. De vez en cuando hacía comentarios graciosos y provocaba que me desternillara literalmente de risa. Mi marido también reía. El viaje hasta el Escorial, se nos pasó en un pis pas.

Cuando llegamos al chalet de D. Pedro, él andaba por allí en bañador y con una cerveza en la mano. Eran las 10 de la mañana y nos saludó como si diera una importancia extrema a nuestra presencia allí. Nos llevó hasta una habitación y le dijo a mi marido que esa era la nuestra, que dejáramos nuestras cosas y que nos pusiésemos el bañador, que la piscina estaba de lo lindo y el agua estaba caliente. A Borja, su Borja, le indicó otra habitación próxima a la nuestra y le recomendó lo mismo. Bueno casi, pues a él le dijo que a ver si era la última fiesta a la que acudía sin pareja. El protestó y respondió que otras compañeras y compañeros se encontraban en la misma situación, pero D. Pedro le dijo que eso a él no le importaba, que él necesitaba una mujer a su lado para que asentara la cabeza. Yo sonreí al encontrarme con la mirada de Borja. Nos perdimos en nuestras habitaciones no sin antes oír la recomendación de D. Pedro de que nos diéramos prisa y bajáramos a encontrarnos en la piscina con el resto de empleados que ya habían llegado.

Habríamos allí unas 40 personas, de las cuales unos 30 eran empleados de D. Pedro. Los diez restantes, éramos esposas o esposos de sus subordinados.

Nos pusimos nuestros bañadores y bajamos al encuentro del resto. Yo me había puesto un bikini azul y mi marido un bañador negro. Por las escaleras nos encontramos con Borja que llevaba un bañador algo ceñido y dejaba ver a las claras su “paquete”. Una vez al lado de la piscina, nos acercamos a una de las mesas donde se servían aperitivos y bebidas. Mi marido y yo tomamos algo y él me presentó a alguno de sus compañeros así como a sus parejas. Cerca de las 12 de la mañana, es decir, dos horas después, nos dimos el primer baño. La gente se arremolinaba alrededor de la piscina y unos eran empujados y otros reían sin cesar. Observé con cierto estupor como los allí congregados bebían más de la cuenta. Les eximí pensando que eso era debido a que se iban o nos íbamos a quedar a dormir. Mi marido se lo pasaba en grande. Parecía que quería hacer gracias para llamar la atención de los demás, en especial de Pedro. Borja hablaba con unos y con otros derrochando simpatía. Yo tuve que soportar la conversación un tanto estúpida de una mujer que era la mujer de otro compañero de mi marido. Hablaba mal de todo el mundo, excepto de D. Pedro y de Borja. Se diría que allí todo el mundo quería contentar o hacer gracias a D. Pedro. Y en cuanto a lo de Borja, me atrevería a decir que le gustaba. Aunque la verdad, creo que Borja gustaba a todas las mujeres por esa forma de ser que tenía.

Después de darme un par de baños, en los que mi marido ni me prestó atención, salí del agua a tomar el sol. Observé en la lejanía como se lo pasaba muy bien con otros dos compañeros. No sé que estarían hablando, pero no paraban de reír. Al rato se acercó a mí y me ofreció un cigarrillo que acepté gustosa. Hablé con él y me estuvo contando que se estaban riendo de una mujer que andaba por allí, al parecer la mujer de un oficial contable, que no paraba de decir jilipolleces, pues estaba un poco bebida. Le regañé y le dije que no se riera de nadie, que él también estaba algo pasado. Me preguntó si me lo pasaba bien y le dije que si, pero que me estaba entrando sueño. Me dijo que aguantara hasta después de comer, hora en que los hombres se iban a echar una partida de cartas y las mujeres jugaban al Brokermi, una especie de juego de cartas. Le dije que yo no quería jugar a las cartas y menos a un juego que ni conocía y él me contestó que entonces me fuera a dormir.

Con estas andábamos cuando fue reclamado por D. Pedro. El se levantó de inmediato y me dejó allí. Observé como D. Pedro le ponía una mano en el hombro y le miraba a la vez que hablaba a un grupo de gente. No le di importancia. Pensé que mi marido estaría a sus anchas ante semejante escena. Ensimismada con esa visión y con mis pensamientos, no noté la presencia de Borja a mis espaldas.

-Hola. Te veo muy sola. Dijo.-Mi marido, se ha ido con D. Pedro. Respondí señalando al grupo.-Lo sé. Le va a proponer algo. No me lo ha querido decir, pero lo imagino. Dijo él. -¿Qué le va a proponer?-No te lo puedo decir. No soy la persona indicada para hacerlo. Ten paciencia. Todo saldrá bien. Dijo y se alejó de mi lado.

Me quedé pensativa. Tal vez le iba a subir el sueldo. Tal vez le iba a ascender. Comencé a pensar en lo que le podría estar diciendo e incluso estuve tentada de ir hacia el grupo, así me enteraría. Desistí al no ver en el grupo a ninguna mujer. Llegó la hora de comer y así lo hicimos. De pie. Bajo los árboles. En plan aperitivos, donde no faltó el marisco de primera calidad. Pregunté a mi marido, que es lo que le quería D Pedro y él me dijo que nada, que había estado hablando muy bien de él, que había reconocido el buen trabajo que había hecho en ese año en la empresa y que llegaría lejos. Después de comer la gente se fue esparciendo por el césped, a la sombra unos, otros al sol, hasta que llegó la hora de la partida de cartas. Ellos se fueron a jugar a la bodega del chalet y ellas se fueron al salón de la casa a lo mismo. Decidí que era el momento para echarme un rato la siesta. Me incorporé, recogí mi toalla y cuando la estaba doblando apareció Borja.

-¿Te vas a jugar a las cartas? Me preguntó. -No. No se jugar. Iba a echarme un rato en mi habitación. Dije. -Haces bien. Estas partidas acaban a las 8 o las 9, antes de la barbacoa. Y son las 5 de la tarde. Se tomarán cuatro whiskys, se fumarán un buen cohíba y luego saldrán todos en tropel para hacer la barbacoa y demostrar a D. Pedro que se es mejor que el compañero. Es una competencia, aunque leal, alguna vez, desleal. ¡Parecen jilipoyas!

Así estuvimos cerca a de 15 minutos hablando de bagatelas. Al cabo de ese tiempo me dijo que me invitaba a tomar algo en la bodeguilla de la piscina. Acepte, pues pensé que no sería malo que me tomara algo con él. Era tan agradable, nos había traído en su coche y era tan atento…No veía razón para negarme. Al preguntarle que si él no jugaba a las cartas, él me dijo que no era su estilo. Prefería valorar otras cosas en la vida. Le pregunté…

-¿Cuáles, por ejemplo? -La belleza que desprende una mujer guapa, bella, sencilla y amable como tú. Su compañía. Esa fue su respuesta ante la cual me puse visiblemente colorada. Él rió.

Así pasamos otro cuarto de hora más. Charlando y charlando de cosas cada vez más profundas. Se diría que estaba intentado flirtear conmigo. No lo sabía, pero si era así, no me importaba. A todas las mujeres nos apetece de vez en cuando que alguien se interese por nosotras. Entonces él, al menos así lo quería hacer ver, reparó por vez primera en mi bikini. Me dijo que era muy bonito y acercando una mano a mi braga, tocó su tela. Yo no hice nada. Tampoco debía hacerlo, él no me tocó. Tomó entre dos dedos una parte de mi braga y lo examinó para ver la calidad de la tela. Luego remató el hecho diciendo que era de la misma calidad que el suyo, ante lo cual yo miré su bañador ajustado y me encontré con el paquete de Borja otra vez. Sonrió y me dijo que tal vez fuera algo escandaloso, pero que al fin y al cabo, era un bañador. Ya se daba cuenta que era llamativo, no por el color, ni la forma, si no por lo que dejaba o insinuaba que había debajo. En fin, que cada cual tenía lo que tenía y él tenía eso, y eso se notaba así como yo tenía una raja y mi bikini la delataba, pues parecía una hucha esperando monedas. Me partía de risa por la forma que tuvo de referirse a mi raja.

Lo dijo con esa cara, con esa voz, con esa simpatía que no pude molestarme ante semejante comentario impertinente. Tomó su copa en las manos, brindó conmigo por la amistad, que según  él, estaba fraguándose entre mi marido y él, porque eso le permitiría disfrutar de mi presencia de vez en cuando. Lo agradecí y choqué mi copa con la suya diciendo “un, que así sea”. Seguimos hablando y llegamos a un punto de la conversación en la que me comentó lo que era un secreto a voces, que D. Pedro tenía una secretaria, Isabel, que era una amiga o una empleada íntima. Nos reímos con sus ocurrencias y nos fumamos un cigarro. Le noté algo nervioso y le dije que si quería nos podíamos marchar con los demás. Él me dijo que estaba muy a gusto conmigo y que no le apetecía nada, respirar el ambiente de humo de los cohíbas que se estarían fumando. Me dijo que nadie nos echaría de menos, al menos a él. Yo le dije que mi marido tampoco y nos reímos otra vez, a la vez que brindábamos otro sorbo por que se yo que cosa.

Sentado a mi lado, se acercaba cada vez más a mi cara para decirme o susurrarme tonterías. Yo le dejaba pero reconozco que la situación estaba resultándome un tanto embarazosa. Me puse en pie y él también. Me preguntó que si me ocurría algo y le dije que no, que tenía calor. él accionó un mando y el aire acondicionado inundó la bodeguilla. Aprovechó que yo me senté otra vez para abrir la puerta de la bodeguilla y echar un vistazo fuera. Le oí decir algo y no presté atención. Cuando lo repitió en voz más alta, me intrigué.

-No me lo puedo creer, vaya, vaya con Manoli. Dijo. Ven, acércate y mira. Y dime que no es mi estado, dijo señalándose a su bulto que había aumentado ligeramente.

Me incorporé y me fui hasta la puerta. Allí estaba una empleada de D. Pedro, Manoli, tumbada bajo un árbol con los ojos cerrados y una mano metida dentro de la braga del bikini.

-Se está masturbando. Dijo Borja.

No dije nada. Él se giró y me sonrió.

-En fin cada cual es muy libre. Si es eso lo que la apetece…pero habiendo tanto varón suelto por aquí…..caray con Manoli. Dijo algo excitado. ¡Será el calor!

La tal Manoli estaba claro que se estaba haciendo una paja, al menos se lo estaba acariciando. Supongo que estaría desinhibida y algo ebria. Tomamos asiento de nuevo y ahora la conversación tomó unos derroteros distintos. Se hablaba de sexo. De Manoli, de las mujeres y de los hombres en general. De la libertad, de los cuernos, de porque no se había casado. Llevábamos una hora en la bodeguilla. Miré el reloj, eran las seis de tarde. él se arrimaba con su cuerpo y con su boca cada vez más. Empecé a sospechar que me quería besar, pero lo descarté, pensando que no se atrevería al ser yo la mujer de su compañero. Se puso en pie de golpe y vi el bulto de su bañador. Estaba empalmado. Muy tieso. Le oí decir algo.

-¡No joder, no! ¡No puede ser!

Al preguntarle que le ocurría, me dijo simplemente lo que no esperaba oír ¿o sí?

-Mira como estoy, dijo señalando el bulto de su entrepierna, y esto es porque estoy contigo. Y si no fueras la mujer de mi compañero de oficina, otra cosa sería, pero no puede ser. Tú estás casada y tu marido goza de mi aprecio y del aprecio de D. Pedro. Yo me he pasado de la raya. Lo lamento de veras. No me hagas caso. -¿Y en que momento has pensado que podía haber algo entre nosotros? Eso fue lo que pregunté. Nada más. -No lo he pensado. He visto que eres distinta a las demás. Eres guapa y eres una persona inteligente con la cual da gusto tener una conversación sobre cualquier tema. Tal vez debería irme y salir a ver si Manoli está con su masturbación y quién sabe, tal vez nos consoláramos los dos. Me dijo muy tranquilo. -Sí. Tal vez eso es lo que deberías hacer. Le dije mirando el bulto de su entrepierna. Te va a estallar el bañador. Le dije a la vez que me reía.

El se sentó a mi lado. Arrimó su cara a la mía y se quedó un rato escrutando mis ojos. Luego se decidió. Su boca se pegó a la mía y me besó en los labios. Un mareo me invadió. Un vértigo me devoró. No podía estar ocurriendo aquello. Era Borja, el amigo y compañero de mi marido, Sin tiempo él puso su mano en mi espalda y volvió a besarme. Y me dejé. Dejé que me besara con su lengua. Y reclinado sobre mí siguió besándome y acariciando mi espalda. Un movimiento extraño en su cuerpo al que no di importancia, pues tenía los ojos cerrados, me desmadejó por completo. Tomó mi mano en la suya y la llevó hasta su entrepierna. Allí me topé con sus huevos y su polla. Y no había bañador.

Abrí los ojos y miré. Los últimos vestigios de su bañador, descendían por sus piernas hasta sacarlo de su cuerpo. Quise decir algo pero con sus besos lo impidió. Solté aquello que había cogido en mi mano, y la retiré sin que él acusara el menor impacto. Siguió aplicándose en los besos. Besos que yo no negaba por otra parte. Luego su mano se hizo más solicita y se posó encima de la braga de mi bikini. Mis piernas abiertas fueron el camino fácil que él esperaba encontrar. No es que las tuviera excesivamente abiertas, pero si lo suficiente para que él posara un dedo sobre mi raja. Con el dedo encima del surco que se vislumbraba debajo del bañador, él susurraba cosas muy bajito y me besaba. Me reclino hacia atrás y comenzó a frotar cada vez más intensamente su dedo.

Mi mano solita, sin que nadie la guiara, se fue a su polla y la amarró por el tallo. Me sorprendí iniciando los vaivenes de subida y bajada de su prepucio. Estaba dura. Fuerte, él seguía sondeándome por encima de la braga. Abrí mis piernas más. Debió pensar que era la contraseña para acceder a más. Separó un lado de mi braga y dejo mi coño al descubierto. Ahora su dedo se impregnó de mis flujos y el tacto fue más suave debido a la lubricación.  A todo esto seguía besándome con ardor. Introdujo un dedo dentro de mí y me hundí en mis miserias.

Traté de incorporarme para protestar o para chupársela. ¡Que sabía yo! Yo estaba nerviosa y viciosa a la vez. No me podía imaginar allí sentada haciéndole una paja a Borja. No podía ni sospechar una hora antes que ahora él estaría metiendo un dedo en mi coño. Atiné a decir algo entre beso y beso.

-No debemos hacer esto, no está bien Borja. Soy una mujer casada. Eres el compañero de mi marido. -Chisssss, todo está bien si se hace a gusto. Replicó él aplicándose otra vez en mi boca y sondeando más en mi interior con su dedo. -No….Borja…no está bien…dejémoslo estar….no está bien…Mis palabras iban perdiendo fuerza cada vez más. -Borja, por favor, no, déjame te lo ruego…Estoy casada.  -No importa. Es lo que nos gusta. Dijo.

El muy hábil, había dado con mí clítoris y lo masajeaba provocando en mí un deseo ya irrefrenable. Se puso en pie ante mí y me ofreció su verga dura e hinchada para que yo la tomara con mi boca. Lo hice sin esfuerzo. Chupé su verga una y otra vez, a la vez que él me despojaba de mi parte alta del bikini y liberaba mis pechos.

Luego, fue un caballero. Apartó de mi boca su polla y se agachó delante de mí, y aún con mi braga puesta, separándola más, me lamió sin descanso. Mordí mis labios, gemí, y apreté mis pechos con mis manos. Después de darme placer unos minutos, se levantó y cerró la puerta de la bodeguilla y me despojó de la braga del bikini. Volvió a besarme y lo irremediable llegó.

-Follemos. Me dijo. -No Borja, por favor, no hagamos más. Dije sin fuerza alguna y deseosa de que su polla se incrustase en mi. -No podemos quedarnos así. -Terminemos. Yo te la chupo hasta que te corras.

Ni puto caso. Se arrimó a mi cuerpo. Se pegó a el. Noté su pene en mi vientre. Percibí como se abría paso en mi interior hasta metérmela toda. Luego el vaivén acompasado y deseoso, dio paso a una serie de gemidos de ambos, solo interrumpidos por una pregunta.

-¿Te proteges de alguna manera? -Siiii. Fue todo lo que dije dejada llevar por el placer que me estaba proporcionando el polvo con Borja.

No tardamos demasiado en corrernos, tal vez por los nervios de la situación. Yo aguantando todo el ruido que emergía de mi garganta y él apretado contra mí hasta acabar de soltar todo su semen en mí interior. Terminado el polvo, me besó, cosa que agradecí y rápidamente nos vestimos. Yo me limpié con unas servilletas y él me miro preguntándome que si tomaba pastillas.

-Tranquilo Borja, si las tomo. No me puedo quedar embarazada. Dije relamiéndome aún por el polvo, que por inusual e inesperado, me dejó tremendamente corrida.

Cuando íbamos a salir de la bodeguilla giré mi cabeza hacia la única ventana que había en ese cuarto. Allí me encontré el rostro de Manoli tan sorprendida como yo. Se lo dije a Borja.

-¡Joder, nos ha visto Manoli! -¡Y que importa, no dirá nada! Dijo él. -Pero ¿Y si lo larga por ahí? Nos ha visto. Nos ha visto follar. No sabemos el tiempo que llevara mirando por la ventana.-No dirá nada. Tranquilízate. Sólo tú y yo, sabemos lo que ha ocurrido aquí. De Manoli, ya me encargaré. Ella no dirá nada.

Claro que no iba a decir nada. Esa noche estuvo toda la noche en la cama de Borja. Era el silencio. Era el precio que hubo de pagar Borja por mí y por mi estabilidad matrimonial.

Al día siguiente, nos regresamos a Madrid muy temprano. Borja tenía cosas que hacer y aunque le había dicho a mi marido que nos quedáramos, que nos regresaríamos con alguien o incluso en taxi que él muy justamente pagaría, decidimos irnos de regreso a Madrid en su coche. Nos dejó en la puerta de casa.

El camino de regreso ya no fue como el de ida. Ya no hubo bromas de Borja. Ya no era o no se mostró simpático y agradable. Fue todo el camino mirándome por el espejo retrovisor mientras escuchaba la sarta de jilipolleces que hablaba mi marido del día de antes. Mi marido no paraba de reírse de Manoli, de la otra compañera borracha, e incluso se permitió criticar a D, Pedro con lo que eso podía suponerle, pues delante de él estaba su brazo derecho.

Un beso por despedida y subimos a casa. Mi marido se sentó en el salón, y yo me fui a la habitación. Me dispuse a ducharme y detrás mío él.

Pasó el mes y no me bajaba la regla. No le di importancia. Pasó el segundo mes y me tocaba descansar. El tercer mes fui a por la primera píldora, y mi sorpresa fue mayúscula cuando descubrí en un cartoncillo aquella pastilla que me tenía que haber tomado el sábado del chalet y por la excitación de la fiesta, no lo había hecho.

Después de acudir al médico, se que estoy embarazada de tres meses. Mi marido no da crédito. No quería hijos ahora. Su trabajo era lo más importante. Pero lo peor es que yo no se quien es el padre, si Borja o mi marido. No puedo abortar, pero algo me dice que el padre de esta criatura que llevo dentro es Borja.

Por cierto, Borja ha anunciado que se casa con Manoli. Aquella noche debió ser muy prometedora para él. Tenía cara de puta y se comportaba como tal.

Que cosas tiene la vida, Manoli tiene a Borja en su cama y yo tengo a su hijo en mi vientre. No tengo dudas.

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